miércoles, 16 de octubre de 2013

He sido piedra y habito en ella.

Y como piedra la ciudad también se construye en mi piel, se construye en mis 28 años de vida en la casa que más voy a querer siempre, la casa que tiene 35 o más años que yo, la casa que me ha enseñado todo lo que sé sobre como habitar el espacio, la ciudad, el barrio, la vida.

Crecí viendo crecer la ciudad y su urbe metropolitana, viendo como cada vez se escondía el cerri Picacho, porque delante de nosotros crecía la propiedad de los pobres, la propiedad desordenada y resistente, heterotopica de los que vivimos en un barrio de periferia; crecí pensando que eso estaba mal, que la evolución de lo urbano debería de conducir a casas hechas por experto: arquitectos e ingenieros, que las casas que construían las gentes estaban dotadas de cierta atmósfera de anarquía y mal gusto con el que se debía combatir; ese absurdo ideal de progreso que tuve que respirar por haber crecido en la década de los 90, en la implosión más salvajes formas de vivir la relación con el dinero y con la propiedad: El neoliberalismo.

Afortunadamente la vida me deparó un camino diferente, fui a la universidad y no estudié la forma científica de hacer las casas pero si la forma cientista de ver la vida de quienes las habitan; y hoy puedo decir que fue menos eso que vivir en esta espacio que hoy habito lo que me impulsa a escribir estas lineas.

¿Qué es el hábitat, la casa, la vivienda sino el espacio material de aquello que llamamos vida?. El hombre antiguo y medieval representaba en su casa el despliegue de si mismo construía su casa como una proyección de su carne, de su corporeidad y representaba en ella el mundo al cual pertenecía, la casa se constituía como la extensión de su práctica cotidiana; Senet advierte que las casas atenienses, usualmente de un solo piso, estaban hechas de piedras y de ladrillos cocidos y que la mayoría de las casas combinaban la vida familiar y la laboral ya fuera como tiendas o como talleres.

El hombre moderno y sobre todo el hombre de la modernidad capitalista entendió la casa como propiedad y la propiedad como riqueza, y el construir como la forma mediante la cual podía usar la casa, la vivienda, el hábitat para acumular... y fue justo allí cuando comenzó ese proceso en el cual generación tras generación, siglo tras siglo se nos viene cayendo la piel, esa lepra que nos hace impuros, en la que nuestra carne ya no es parte de la piedra, y justo ahí comienza nuestro drama, nuestra tragedia, lo que hoy habitamos y como lo habitamos.

Hace dos años salí de mi casa a colonizar el mundo de la modernidad, deslumbrada por la oferta de un espacio individualizado y homogéneamente embellecido me lancé a la aventura de vivir en el último piso de un edificio pequeño cerca al centro de una pequeña gran ciudad; y allí entendí - aunque sólo hasta este momento vengo a comprender - que el espacio condiciona mi relación con el mundo, que polvo soy y en polvo me convertiré y que tener sobre que establecerse, tener un terruño, es ser tierra es juntar materia con materia, y que las construcciones modernas, esos edificios que nos elevan del contacto directo con el suelo, desnaturalizan esa relación del hombre con la materia y las virtualizan en una serie de imposiciones de la forma en como se debe habitar un espacio: silenciosa, ordenada y disciplinadamente; cuantas personas deben estar ahí y cuales son las temporalidades de su uso.... y en la búsqueda frenética por poseer terminamos siendo poseídos por la cuota del banco, de la administración, por el sistema de vigilancia, por el miedo a ser robados, marionetas de la especulación sí, marionetas del sector inmobiliario.

Y es que justo cuando me enteré del derrumbamiento de la torre 5 en el edificio SPACE de El Poblado debido a problemas constructivos, el sábado 13 de octubre a las 10:30 de la noche, justo en este instante estaba leyendo un libro sobre la transformación urbana de París del siglo XIX, sobre como la especulación del sector inmobiliario llegó a ser tan alta que mientras la población en la década de 1860 crecía un 11% la propiedad en el oeste Burgués de París crecía un 27%; y la pregunta que surgió fue? que pasa entonces en la Medellín del siglo XXI, fuentes oficiales parecen indicar que mientras el stock de viviendas aumentó entre 2011 y 2012 el 2,7% la población sólo creció el 1,0% lo que indica que el auge de la construcción no responde a una necesidad de reducir "el deficit de vivienda" sino a los más elementales y viles vicios especulativos del sector inmobiliario, ese mismo que te dice donde tienes que vivir, en que cantidad de metros cuadrados, cuantos hijos debes tener, que parte de la ciudad puedes contemplar, con que materiales debes terminar, y que tipo de relaciones con los otros debes establecer, si ellos mismos que demuelen tu casa y te venden seguridad en una torre de 22 pisos.

¿Qué derechos tiene el hombre de hoy al espacio horizontal?... ¿a mirar al frente y encontrar una edificación que no lo aplaste en su soberbia altura?. ¿Podríamos tener casas a la medida de nosotros, a nuestro juicio y nuestra estética y a la justa medida de lo que realmente queremos, ¿de lo que nos parece importante, bello, verdadero real y trascendente?. ¿Será que puedo tener mas de un hijo, más de un perro, una huerta, un jardín sin una deuda creciente en el banco? podría usted señor inmobil- i- ario dejarme habitar los años que haya de habitar esta tierra pasajera de manera tal que yo pueda verme y ver a mi familia a mis vecinos y a mis amigos como algo más que los de arriba, los de abajo los de al lado.

Hoy mientras cruzaba el puente del metro miré en un acto de amor y de arrepentimiento las luces del morro de la parte del norte oriente obrero donde vivo y las sentí tan bellas, tan mías; sólo vi un edificio gigante que disonaba: aquel que llamándose España construyó la firma Moreno en aquel gobierno urbano de corte progresista y sentí que cada luz diferente proyectaba un espacio donde de manera implícita estaba escrita la firma de los zapatas, los Marín, los Agudelo, los Meneses, los Jaramillo, los Roldan... y cuando llegué a mi casa pude ver en ella la firma Patiño y me sentí profundamente agradecida de cada espacio que habito, de la fachada en ladrillo estilo románico, de los arcos arabescos, de las pilastras, de las habitaciones, de los patios de las escaleras de la casa que mi abuelo pensó ladrillo a ladrillo sin haber recibido clases nunca de arquitectura y de ingeniería, pienso en él todos los días cuando miro mi casa y me pregunto -¿podré construir como él un sueño de vida colectiva?